Una parte de la izquierda brasilera se alimenta de un negacionismo arrogante
BRASIL | Opinión (Por Leonardo Sakamoto / @blogdosakamoto) – Parte de la izquierda brasilera se alimenta de un negacionismo preocupante y arrogante. En el inicio de 2016, cuando escribíamos sobre la posibilidad real de que Jair Bolsonaro fuera electo presidente, dada la coyuntura, muchos dijeron que el no sería candidato y que, por tanto, analizar como construía una base social era innecesario.
En 2017, cuando investigadores alertaban sobre el poder de fuego del ejército digital que él había conseguido crear en las redes, la respuesta de los progesistas era que eso no haría la diferencia delante del tiempo en TV de los partidos enanos que le darían refugio. Además, el aviso sobre el impacto de que empresas compraran tendencias en redes sociales y “disparos” en WhatsApp, en un nuevo tipo de “caja 2”, ya había ocurrido en las elecciones municipales y la respuesta era que eso era una bobada.
Al inicio del primer semestre de 2018, ante el avance del capitán en las encuestas y la perspectiva concreta de prisión de Lula, la respuesta era siempre que el ex presdiente ganaría en la primera vuelta o elegiría a cualquiera que lo representase. En el segundo semestre, aún con el impacto de la fatídica cuchillada, había gende importante en el PT alentando la idea para tener a Bolsonario en la segunda vuelta, afirmando que habría una ola en la sociedad contra el.
Ahora, con el diputado federal electo presidente, no son pocos los analistas y militantes de izquierda que juran que su gobierno no dura un año, implosionado por su propios errores o su incompetencia y siendo, posteriormente, tragado por los militares.
No hay variables explicativas decentes, por el momento, para sostener esta hipotesis, pero ella sigue existiendo aún así. La idea de post verdad, cuando la emoción al transmitir un hecho es más importante para generar credibilidad en torno de el, de lo que las pruebas de su veracidad en si, nunca pareció tan pertinente.
Quien va terminar implosionado con sus propios errores es parte de una izquierda que niega cualquier pronóstico que no encaje en una perespectiva en que ella misma sea vencedora.
La autocrítica, a ella cobrada, no es apenas a la corrupción sobre los gobiernos del PT o sus decisiones económicas equivocadas, pero – principalmente – a respecto de una arrogancia que impide que vea con claridad la coyuntura, que trate los resultados negativos como un error suyo, no como mérito del adversario, y que crea en la infiabilidad de sus creencias.
Parte de la izquierda deseaba retomar el poder cavalgando el discurso del retorno y la bonanza de la década pasada aunque el escenario económico no cuente con la abundancia del ciclo de commodities y no permite más la conciliación “lulista” entre capital y trabajo.
El mismo grupo tiene integrantes que no abandonan el discurso del desarrollo a cualquier precio – que condujo a aberraciones como Belo Monte, obra envuelta en tala ilegal, violencia contra poblaciones indígenas y lindantes, trabajo esclavo y tráfico de personas y, claro, corrupción.
No entienden muy bien quien es el nuevo elector de clase media baja que quiere representar, que toma a Lula como ejemplo no por la política, pero sí por haber vencido en la vida.
Sigue prepotente, creyendo que entiende como funciona la dinámica de manifestaciones sociales, culpando a los medios por todos sus problemas, aún cuando ellos propios contrubuyen en colocar más gasolina donde ya había fuego.
Y en nombre de la gobernabilidad, palabra grafiteada con sangre y heces en el muro del infierno, mantuvo alianzas con semovientes impronunciables.
El autoengaño, tal cual el odio y la ignorancia, es un lugar calentito. Un refugio delante de la realidad fría y desoladora. A través del autoengaño, dejamos de asumir muchas de nuestras ignorancias y responsabilidades y lanzamos la culpa en lo desconocido, en lo oculto, en lo sobrenatura, en lo extrangero, en la orquestación que nos transforma en víctimas del mundo.
Existe un largo desierto delante de la izquierda. Cabe a ella decidir si va a ver eso y dedicarse al trabajo de reconstruir, junto con las bases populares, una narrativa que entusiasme, movilice y le de sentido. O si va a continuar creyendo en las historias que parte de ella crea para dignificarse a si misma.
Texto original en Portuguez
Parte da esquerda brasileira alimenta-se de um negacionismo preocupante e arrogante. No início de 2016, quando escrevemos sobre a possibilidade real de Jair Bolsonaro se tornar presidente dada a conjuntura, muitos disseram que ele não sairia nem candidato e que, portanto, analisar como ele construía uma base social era desnecessário.
Em 2017, quando pesquisadores alertavam sobre o poder de fogo do exército digital que ele havia conseguido criar nas redes, a resposta dos progressistas era de que isso não faria diferença diante de tempo de TV dos partidos nanicos que lhe dariam guarida. Aliás, o aviso sobre o impacto de empresas comprarem impulsionamentos em redes sociais e disparos em WhatsApp, em um novo tipo de caixa 2, já havia sido dado nas eleições municipais e a resposta era de que isso era bobagem.
No início do primeiro semestre de 2018, diante do avanço do capitão nas pesquisas e a perspectiva concreta de prisão de Lula, a resposta era sempre que o ex-presidente ganharia dele no primeiro turno ou elegeria qualquer um que o representasse. No segundo semestre, mesmo com o impacto da fatídica facada, havia dente graúda no PT torcendo para ter Bolsonaro no segundo turno, afirmando que haveria uma onda na sociedade contra ele.
Agora, com o deputado federal eleito presidente, não são poucos os analistas e militantes à esquerda que cravam que seu governo não dura um ano, implodindo por seus próprios erros ou sua incompetência e sendo, posteriormente, fagocitado pelos militares.
Não ha variáveis explicativas decentes, por enquanto, para sustentar essa hipótese, mas ela segue existindo mesmo assim. A ideia de pós-verdade, quando a emoção ao transmitir um fato é mais importante para gerar credibilidade em torno dele do que provas de sua veracidade em si, nunca pareceu tão pertinente.
Quem vai acabar implodindo com seus próprios erros é parte de uma esquerda que nega qualquer prognóstico que não se encaixe em uma perspectiva em que ela mesma saia vencedora.
A autocrítica cobrada dela não é apenas sobre a corrupção sob governos do PT ou suas decisões econômicas equivocadas, mas – principalmente – a respeito de uma arrogância que impede que enxergue com clareza a conjuntura, que trate os resultados negativos como um erro seu, não como mérito do adversário, e que acredite na infalibilidade de suas crenças.
Parte da esquerda desejava retomar o poder cavalgando o discurso do retorno à bonança da década passada mesmo que o cenário econômico não conte com a abundância do ciclo das commodities e não permite mais a conciliação lulista entre capital e trabalho.
O mesmo grupo tem integrantes que não abandonam o discurso do desenvolvimento a qualquer preço – que levou a aberrações como Belo Monte, obra envolvida em desmatamento ilegal, violência contra populações indígenas e ribeirinhas, trabalho escravo e tráfico de pessoas e, claro, corrupção.
Não entende muito bem quem é o novo eleitor de classe média baixa que quer representar, que toma Lula como exemplo não pela política, mas por ter vencido na vida.
Segue prepotente, acreditando que entende como funciona a dinâmica de manifestações sociais, culpando a mídia por todos os seus problemas, mesmo quando eles próprios contribuíram por colocar mais combustível onde já pegava fogo.
E em nome da governabilidade, palavra pichada com sangue e fezes no muro do inferno, manteve alianças som semoventes impronunciáveis.
O autoengano, tal qual o ódio e a ignorância, é um lugar quentinho. Um refúgio diante da realidade fria e desoladora. Através do autoengano, deixamos de assumir muitas de nossas ignorâncias e responsabilidades e jogamos a culpa no desconhecido, no oculto, no sobrenatural, no estrangeiro, na orquestração que nos transforma em vítimas do mundo.
Há um longo deserto diante da esquerda. Cabe a ela decidir se vai enxergar isso e dedicar-se ao trabalho de reconstruir, junto às bases populares, uma narrativa que empolgue, mobilize e dê sentido. Ou se vai continuar acreditando nas histórias que parte dela cria para dignificar a si mesma.
Título original:
Parte da esquerda brasileira alimenta-se de negacionismo arrogante
Publicado originalmente en: UOL / Brasil
Traducción de Víctor M Rodríguez para PrensaCDP