Pedagogía del Especulado: ¿Por qué si mi dinero no vale nada los comerciantes lo quieren todo?

VENEZUELA | Luis Salas Rodríguez – La especulación siempre es –siempre lo ha sido- una práctica no exclusivamente mercantil. De hecho, si buscamos la palabra en el diccionario, sabremos que se especula no solo con el dinero y las mercancías, sino también con la realidad.

Cuando alguien habla sin mucha certeza o pruebas sobre algo, decimos que está especulando. Ahora bien, el término especular deriva del latín specularis, que hace mención a la imagen que se proyecta en un espejo. Y este es un dato fundamental. Pues como es bien sabido, la particularidad de la imagen reflejada frente al espejo con respecto a la realidad, es que nos la muestra pero invertida. Es decir: aparece a la izquierda lo que en realidad está a la derecha y viceversa, si giramos para un lado el reflejo gira hacia el otro, etc. No por nada esta fue la metáfora que tomaron los filósofos clásicos para dar cuenta del hecho ideológico entendido como falsa conciencia: la ideología nos refleja la realidad pero al revés, lo que es bueno aparece como malo y viceversa, lo que es una imposición social (la “superioridad” del hombre blanco frente al negro, del hombre sobre la mujer, etc.) aparece en la ideología justificado como un hecho natural.

Pero cuando se especula en sentido mercantil (con el precio del dinero y las mercancías), suele ocurrir que se especula también con la verdad. De por sí, para especular mejor mercantilmente lo más recomendable es especular primero y bien con la realidad. Los corredores financieros –esos que especulan en las bolsas de valores- lo saben muy bien: si se altera el valor subjetivo de una posesión, puede en consecuencia alterarse su precio hacia arriba o hacia abajo.

Esto se muestra muy claramente en la película Margin Call protagonizada por Kevin Space y Jeremy Irons. Cuando analistas del fondo de inversiones descubren que debido al excesivo apalancamiento en hipotecas tóxicas el fondo está a punto de quebrar, el jefe (Irons) ordena vender al siguiente día al menos el 93% de las mismas, ofreciendo bonos de siete cifras a los empleados que mejor desempeño tengan en lo que se conoce como venta de fuego (una venta rápida). Para hacer esto último, por su puesto, hay que mentirle a los clientes sobre el valor de lo que van a comprar. Decirle que están haciendo el negocio de sus vidas cuando en realidad están comprando basura. Y hacerlo antes que se den cuenta de la estafa de la que son víctimas. Se trata de una versión postmoderna de trueke de espejitos por oro. Lo que dicho sea de paso no es una excepción sino el modus operandi cotidiano dentro del sistema financiero.

Un ejemplo más “nuestro” de especulación mercantil apalancada por la ideológica, fue cuando se hizo pasar el petróleo de la faja del Orinoco por bitumen. Solo que en este caso los especuladores eran los compradores: para pagar un precio más bajo, estos, básicamente empresas norteamericanas, valiéndose de ser las mismas que realizaron el informe técnico que daba cuenta del tipo de reservas y su cantidad, hicieron aparecer como bitumen a lo que en realidad era petróleo. El bitumen cuesta mucho menos pues tiene menos propiedades y es más caro para procesar que el petróleo. De allí que el país –o sea nosotros- debíamos casi agradecer que las empresas se molestaran en pagarnos por algo que no valía nada. Años después nos enteraríamos que no se trataba de ningún bitumen sino de petróleo. Pero aún más: que ese depósito sin valor era nada menos que la mayor reserva certificada de petróleo del mundo. Las empresas norteamericanas que la descubrieron lo sabían. Los técnicos de PDVSA y los gobiernos de turno también. Los únicos que no lo sabíamos éramos los ciudadanos de a pie.

Así las cosas, siguiendo en la misma línea de problemas, en la actual coyuntura económica de especulación de precios que enfrentamos, todas y todos hemos escuchado la frase según la cual nuestro dinero “no vale nada” o “vale cada vez menos”. A mediados del años pasado, por ejemplo, se hizo viral un reportaje de CNÑ que comparaba al Bolívar “con una servilleta grasienta sin valor alguno”, todo a partir de una foto subida a una red social de una empanada destilante de aceite envuelta con un billetes de dos bolívares.

Sin embargo, nos tomamos el tiempo de pensarla un poco, a dicha aseveración que parece absolutamente lógica dado todo lo que tenemos que gastar para comprar las mismas cosas que antes comprábamos por mucho menos dinero, se le contrapone el hecho, también evidente, de que quienes nos venden algo cada día ponen lo mejor así para quedarse con la mayor parte posible de ese mismo dinero que se nos dice “no vale nada”. Lo que motiva preguntarse: ¿por qué estarían tan interesados los especuladores por hacerse de algo que no tiene valor alguno?

Esta es una pregunta mucho menos trivial de lo que parece. Y que no puede despacharse con el argumento simplista según el cual los vendedores necesitan sacarnos más dinero, precisamente, porque vale menos, dado que ellos deben pagar a su vez las mercancías que nos venden y los gastos en que incurren, incluyendo los personales, también con mucho más dinero. Eso desde luego es cierto. Pero en cuanto explicación científica no sirve, pues equivale a explicar el problema por el problema mismo (“el dinero pierde valor porque pierde valor”) desplazándolo hacia atrás en la cadena de comercialización.

A este respecto, nuestra hipótesis es que este “explicación” en cuanto tal es análoga a la que hacía pasar por bitumen lo que en realidad era petróleo. Se trata de una especulación ideológica que tiene como función favorecer la especulación mercantil de la que estamos siendo víctimas, tanto con nuestro dinero como con la adquisición de las cosas que necesitamos. Veamos.

Una aclaratoria sobre el valor del dinero

El dinero en cuanto tal también es una mercancía. Solo que no una como cualquier otra, sino de una naturaleza muy especial: es una mercancía que nos permite comprar las otras mercancías, cuya única utilidad es su poder de compra.

Por eso cuando hablamos del valor del dinero no estamos haciendo referencia a otra cosa que no sea su poder de compra. Es decir, el dinero no comporta ninguna otra utilidad importante distinta al poder adquisitivo que nos da. Cualidad que, en sí misma, es una convención social e institucional. Es decir: depende de un conjunto de reglas e instancias que lo hacen posible y permiten. Así por ejemplo, vía decreto se puede crear un nuevo tipo de moneda en sustitución de una vieja. La nueva moneda pasa a ser dinero mientras la vieja deja de serlo, pero no porque ésta última haya cambiado físicamente, desgastado o perdido un atributo intrínseco, sino porque el decreto así lo estableció. Por caso: cuando se pasó del viejo bolívar al Bolívar Fuerte.

Distinto es por su puesto el caso de las otras mercancías, continentes éstas sí de utilidades intrínsecas. Por ejemplo: los alimentos, cuya utilidad básica es comérselos, siendo que su valor depende de dicho atributo que les es propio.

Por otra parte, el valor del dinero y por tanto su precio, no viene determinado como en el caso de las otras mercancías, por los costos implicados en su elaboración y comercialización. Esto es: hacer un billete de cien bolívares no cuesta necesariamente más que hacer uno de dos bolívares. E incluso, hacer una moneda de dos bolívares puede en cuanto sus costos salir más caro que el billete de cien. Pero no por eso la moneda de dos bolívares vale más. El que vale más, así elaborarlo sea más barato, es el billete de cien, porque según la convención social-institucional de la que hablamos anteriormente puede comprar más que la moneda de dos. Este fenómeno es aún más claro en los casos del dinero electrónico y el dinero plástico (el de las tarjetas de crédito) que son puras cifras digitales, o el de los tickets de alimentación, exactamente iguales entre sí excepto en la denominación que fija de cuánto es su poder de compra y por tanto su valor.

Ahora, el que el valor del dinero sea su poder de compra, y que dicho valor sea determinado por convenciones sociales institucionales y no por sus cualidades intrínsecas o naturales, es la primera parte del asunto. Pues la ecuación dinero-precios-poder de compra, es un tema más complejo que pasa, en un segundo momento, por la relación de aquel con las otras mercancías que compra y particularmente con el precio de éstas. Para decirlo rápido: el valor del dinero no solo es una convención social e institucional, sino también una relación social establecida entre éste y las mercancías que puede o no comprar. De tal suerte: lo que determina el real poder de compra del dinero (que es lo que usualmente llamamos su “valor”), no es solo lo que nominalmente se indica que vale, o sea, su denominación. Sino la relación de dicha denominación con el precio de las mercancías que va a comprar.

Es por esta razón simple que el dinero en sí mismo no “pierde” “valor” (como tampoco lo adquiere) porque en realidad no lo tiene. Lo que hace que tal cosa ocurra (o sea, que disminuya o aumente su valor en cuanto poder de compra) es el precio de las mercancías que compra, en el sentido de que si estas aumentan entonces debemos dar más de lo que antes dábamos de nuestro dinero por ellas. Es como lo que pasa con el café o con los huevos, que para adquirirlos debemos de dar más cada día e incluso montos arbitrarios dependiendo de a quién se lo compremos. Resumiendo: no es el dinero el que pierde valor, sino el precio de las cosas lo que aumenta y hace que vaya disminuyendo su poder de compra.

Desde luego, cualquiera podría pararse aquí y decir que, bueno, en última instancia, no importa cómo se diga, pues a final de cuenta el fenómeno es el mismo: tenemos que dar más plata por los bienes que compramos, nuestro poder de compra se ve afectado, y por lo tanto, de una forma u otra, el rollo es que somos más pobres. Sin embargo, como hemos dicho para el caso general de la mal llamada “inflación”, la diferencia entre plantear las cosas de uno u otro modo va mucho más allá de un simple asunto de denominación: se trata de un problema de sentido, de causalidad y político, que afecta el modo de entender el fenómeno pero también -y sobre todo- de abordarlo y solucionarlo.

Y es que no será nunca lo mismo que algo que uno tiene pierda valor y utilidad en sí mismo (porque se dañó, venció, etc.) a entregarlo sin reparos, no solo porque nos obligan a ello (ya que necesitamos las cosas que compramos y por las cuales pagamos), sino porque nos han convencido previamente que lo que entregamos no tiene valor. En el primer caso, se trata por lo general de una eventualidad física. Pero en el segundo estamos claramente ante una estafa: la estafa especulativa. Que puede ser un hecho aislado o puede generalizarse, dando lugar a la mal llamada “inflación”, que no es más que la manifestación de una práctica de especulación extendida e intensiva. Pero sobre este tema continuaremos en una próxima entrega.

Publicado originalmente en: 15yultimo.com

Venezuela

http://www.15yultimo.com/2016/04/pedagogia-del-especulado-por-que-si-mi.html

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